Lolicon8: Sé de un lugar donde puedes cumplir tu fantasía.
Putrid-doll: ¿En serio? ¿Dónde?
Lolicon8: En el centro, es un burdel clandestino.
Putrid-doll: ¿Un burdel? ¿Y cuánto cobran? Sabes que aún
dependo del dinero de mis padres.
Lolicon8: No te preocupes por el dinero, digamos que pagas
en especie…
Putrid-doll: Eso no suena bien…
Lolicon8: ¿Qué tanto deseas hacerlo?
Putrid-doll: Touché, valdría la pena aunque terminara como
la chica de réquiem por un sueño.
Lolicon8: Sólo un consejo… excédete, desquita tu pago al
máximo y no te arrepentirás.
Putrid-doll: Me conoces, sabes que lo haré, dame la
dirección.
Se la escribió enseguida con una breve descripción del lugar
y le indicó que preguntara por Liss. Tras pocos minutos de charla
intrascendental sobre sus filias, ambos se desconectaron. El seudónimo
“Putrid-doll” pertenece a Jennifer Díaz, una adolescente de quince años. Decir
que es aficionada al gore sería poco, lo indicado sería decir que tiene una
obsesión con él; está suscrita a cuantas páginas al respecto ha encontrado y no
simplemente disfruta mirar personas cortadas en dos, decapitadas o con la materia
gris fuera del cráneo, sino que le genera una seria excitación. Creyó que todo
se limitaba al morbo, sin embargo, comprobó lo contrario durante una visita
escolar a la morgue. Tras algunos minutos de contemplación de aquel cadáver
masculino con los intestinos expuestos, tuvo que correr al baño a masturbarse
para no saltar sobre él y su verdusco cuerpo.
Al leer las palabras de Lolicon8 (no tenía ni la más mínima
idea de cuál era su nombre verdadero) supo que tendría que visitar aquel lugar
esa misma noche. Guardó en su mochila una serie de artículos que pensó que
podría utilizar: un atuendo de dominatrix, un par de botas de piel con
plataforma alta y su amada catana sumamente afilada que su madre no consiguió
prohibirle comprar. Esperó a que sus padres se durmieran y salió sigilosamente
por la ventana, como tantas veces lo había hecho antes cuando deseaba irse de
juerga sin su consentimiento.
Le resultó sencillo localizar el viejo edificio con la
descripción de Lolicon8, habló con la anciana, cruzó por el pasillo abandonado
y descendió las escaleras encontrándose con la orgía. Ya que no poseía una
buena vista, se acercó a observar de cerca aquella masa gimiente. Penetraciones
por aquí, lengüetazos por allá, sin duda resultaría excitante para un visitante
común, pero era demasiado ordinario para su gusto.
Una atractiva joven de escasa vestimenta se acercó a ella
con una charola repleta de dulces, lo cual le resultó bastante curioso en un
lugar así, sin embargo, los dulces eran una de sus mayores debilidades.
—¿Qué tienen? —preguntó ella suspicaz, asumiendo que
tendrían alcohol o droga.
—Las paletas son de pene cubierto con chocolate, los
caramelos de limón con relleno de ojo en el centro y los bombones tienen sesos
—respondió la joven con total naturalidad. Jennifer pensó que bromeaba, pero no
la cuestionó, tomó una paleta, varios dulces y algunos bombones; lo primero que
comió fue la paleta, descubriendo que era real y la disfrutó como ninguna
golosina en su vida.
Estaba tan absorta comiendo aquellos dulces caníbales que se
había distraído por un momento de su propósito en ese lugar. Entonces apareció
una mujer de al menos 1.80 de alto, de cabello oscuro, figura esbelta y rasgos
europeos que la regresó a su misión.
—Vaya, nunca había visto una mujer tan joven por aquí.
—¿Tú eres Liss? —preguntó Jennifer disimulando hábilmente lo
intimidada que estaba por su estatura y su belleza.
—Exactamente, supongo que viniste a hablar de negocios
—respondió, tras lo cual la condujo a su oficina.
—Tengo entendido que pueden cumplir cualquier parafilia.
—Así es, cualquiera en absoluto. Y ¿cuál es la parafilia de
una jovencita como tú?
—¿Tiene a la mano una libreta para tomar notas?
—No es necesario, tengo una memoria excelente.
—Espero que así sea. Quiero seis personas: tres hombres,
todos de más de metro ochenta, piel clara, cabello oscuro, penes mayores a 18
centímetros, delgados pero bastante fuertes, atractivos, masoquistas, de entre
17 y 20 años; y tres mujeres que no midan más de metro setenta, piel clara,
delgadas, hermosas, igualmente masoquistas, entre 14 y 17 años, todos sumisos y
desnudos. Necesito un cuarto con una tina amplia llena de sangre tibia, una
cama grande, una silla ostentosa (de poder proporcionarme un trono sería
excelente), unas cuerdas bastante resistentes y un juego de cuchillos afilados.
—¿Eso es todo? —preguntó Liss, ligeramente sorprendida por
las exigencias de aquella joven. Jennifer respondió afirmativamente y su
interlocutora le pasó dos catálogos, uno de mujeres y uno de hombres para que
escogiera su harem. Los contempló un par de minutos y soltó un suspiro.
—Esto de los catálogos no me agrada, son sólo fotografías y
datos al azar, preferiría escoger a mis chicos en persona —pronunció
arrojándolos al escritorio de Liss.
—Tenemos alrededor de 300 personas que cumplen con tu
descripción, ¿piensas verlos a todos? —Jennifer fantaseó un momento con
encontrarse rodeada de una multitud de personas hermosas entre las cuales
elegir, sin embargo, resultaba poco práctico y debía volver a su casa antes de
que sus padres despertaran.
—Tráeme lo mejor que tengas, diez hombres y diez mujeres, tu
mejor material.
—Puedo asegurarte que todo lo que tenemos es excelente
“material” —dijo Liss acentuando burlonamente esa última palabra.
—Bien, entonces no te costará elegir veinte.
—Rob, trae a diez chicos del grupo AD201 y a diez chicas del
grupo TD104 no mayores a un metro setenta… Sí, de inmediato… a mi oficina
—telefoneó rápidamente—. Estarán aquí en cinco minutos —respondió ella
amablemente.
—La persona que me recomendó este sitio me mencionó que
cobraban en especie, de acuerdo a la fantasía a cumplir, en ese caso, ¿cuál
será el precio por la mía?
—El precio nunca se menciona antes de cumplir sus
peticiones, no queremos asustar a los clientes, además, ¿no valdría cualquier
precio cumplir su fantasía?
—Está bien, no insistiré con eso, pero tengo otra pregunta:
si nunca le cobran un centavo a sus clientes, ¿de dónde obtienen los recursos
para seguir manteniendo el negocio?
—Aunque no lo parezca, éste es un negocio bastante rentable,
y tenemos muchas otras formas de sustentarnos.
Justo al terminar esa frase, apareció Rob con la ansiada
petición de Jennifer; Liss tenía razón, todo era excelente material, tanto que Jennifer
consideró por un momento cambiar su trato y conservarlos a todos. Sin embargo,
la parte de la elección iba a disfrutarla también. Los observó a grandes rasgos
y confirmó que todos entraban en su descripción.
—Me decepcionas, ¿cómo pretendes que los elija en estas
condiciones? —dijo ante la sorpresa de Liss, quien no parecía entender a qué se
refería—. ¡Están vestidos! No podría estar segura de hacer una buena elección
de esta manera.
Ella le dio la razón y les ordenó que se desnudaran; todos
obedecieron sin titubear. Jennifer los examinó atentamente, todos eran tan
bellos y perfectos que tuvo que ir desechándolos por nimiedades, hasta que por
fin se quedó con seis elegidos: Vanessa Aime, Daniel Cifer, Viri Luna, Sally
Mayer, Said Barrera y Eduardo Flores. Se les ordenó que se retiraran y Jennifer
lamentó esto, pero sabía que pronto serían suyos.
—Tendremos tu habitación dentro de una hora, te ofrecería
unirte a la orgía que presenciaste al llegar, pero dados tus gustos me parece
que la sala dos te resultará más interesante, sígueme.
Liss la llevó a lo que parecía un club fetichista (aunque de
haber sido un hombre mayor de inmediato lo habría tomado como un men’s club).
Música electrónica hacía retumbar las paredes y del techo prendían un par de
jaulas en las que bailaban mujeres que devoraban partes de cuerpos humanos,
algunas personas se acercaban a ellas y eran salpicadas de sangre. Al fondo del
lugar había un escenario, por lo cual Jennifer se imaginó que en algún momento
habría música en vivo o algo similar.
—Hoy tenemos un buen show, disfrútalo —dijo Liss antes de
retirarse.
No transcurrieron ni diez minutos antes de que en aquel
escenario aparecieran tres mujeres en corset y faldas diminutas: una pelirroja
de cabello corto, bastante alta y voluptuosa que tenía un aire salvaje; una
castaña de cabello largo de baja estatura, que expelía sensualidad por cada
poro; y una rubia delgada y alta que emitía cierta timidez en sus movimientos,
las tres estaban contoneándose al ritmo de Thunderkiss 65 tan eróticamente que
Jennifer no pudo evitar reaccionar como todos los presentes, y se acercó al
escenario a mirarlas de cerca. Un insulso hombre, visiblemente alcoholizado,
tocó descaradamente el trasero de la castaña, que intercambió sonrisas con las
demás bailarinas y procedió a invitar a aquel hombre a subir al escenario,
mostrándole una silla en él.
Las tres bailarinas lo ataron firmemente a la silla, y la
pelirroja le realizó un breve lap dance que lo convirtió en el hombre más
odiado del lugar; aún moviéndose al ritmo de la música, se agachó frente a él,
le desabotonó la camisa, lamió su abdomen desnudo y comenzó a arrancarle la
piel con sus afilados dientes, mientras que con las manos se abría paso en
aquel cuerpo que se retorcía convulsivamente, y le extrajo los intestinos que
arrojó al público, el cual gritaba extasiado (incluida Jennifer, que había
disfrutado el show en demasía).
La pelirroja caderona se acercó a lo que solía ser un
hombre, extrajo un cuchillo de su liguero y comenzó a decapitarlo mientras las
otras bailarinas continuaban moviéndose al ritmo de la música (que ahora era
Shake your blood), y cuando por fin desprendió la cabeza, la ofreció al público
que gritaba y se empujaba para conseguirla; Jennifer ni siquiera lo intentó, le
hubiera encantado tenerla, pero sería difícil explicarle a sus padres cómo la
había obtenido. Finalmente la pelirroja arrojó la cabeza dejando que el público
peleara por ella, para luego desaparecer tras el escenario junto a las demás
bailarinas. Un par de hombres recogieron el resto del cadáver, ahora Jennifer
tenía una idea de cómo obtenían los materiales para realizar aquellas
golosinas.
—¿Jennifer Díaz? —le preguntó una hermosa joven que llevaba
un traje de criada, y ella asintió—. Su habitación está lista, es la -105 —dijo
entregándole una llave antigua, grande y pesada, con el número de habitación
grabado en ella.
—La criada la condujo un piso más abajo, parecía llevarla a
una mazmorra antigua. Pasaron por algunas puertas, todas con números negativos,
hasta que llegaron a la -105. Era una puerta de madera que lucía perteneciente
a un monasterio.
—Que lo disfrute —dijo la criada, alejándose de prisa.
Jennifer tomó su pesada llave, y abrió la puerta ansiosa…
Ahí se encontró con sus seis elegidos, examinó la habitación
comprobando que contaba con todas sus exigencias, además de un gran espejo que
ocupaba casi una pared completa. Contempló particularmente embelesada la tina
llena de líquido rojizo, y ansió zambullirse en ella enseguida, pero dominó sus
impulsos. Regresó a observar a sus hermosos esclavos, pensando cuál sería el
indicado para su primera acción, los recorrió lentamente con la mirada y
finalmente se decidió por Viri; su rostro amigable y tierno le indicó que ella
era la adecuada.
Le ordenó a Said y a Eduardo que la colgaran paralelamente
sobre la tina mientras Vanessa y Sally la desnudaban. Tomó su catana, se
introdujo en la tina y con ambas manos tomó un poco del líquido que contenía y
se lo llevó a los labios, verificando complacida que era sangre. Acercó su
rostro al de la bella mujer colgante y la besó intensamente, dejando una mancha
escarlata en sus labios. Volvió a recostarse en la tina y comenzó a recorrer el
cuerpo de Viri con la catana desde los pies hasta llegar a sus pechos; con un
movimiento rápido cortó uno de ellos que cayó directamente en la tina. Viri
soltó un grito de dolor y se retorció intentando liberarse de sus ataduras, lo
que divirtió a Jennifer y la incitó a mutilarle el otro pecho, ocasionando un
nuevo alarido y salpicándola de sangre. Finalmente, tomó la catana y le realizó
un profundo corte en el abdomen, causando que sus vísceras cayeran por doquier.
Jugueteó con aquellas entrañas como si se tratara de una
niña con su patito de hule, e incluso se colocó una fracción de intestino
alrededor del cuello a manera de bufanda. Cuando volvió de su abstracción, notó
que Daniel la miraba con una notoria erección.
—¿Acaso te excita la sangre? —le preguntó curiosa.
—Sí ama, y más cuando la porta una mujer tan hermosa como
usted.
Entusiasmada por esas palabras, le indicó que se uniera a
ella en la tina, a lo que él obedeció enseguida. Se colocó sobre su miembro
erecto y lo ahorcó ligeramente con los intestinos mientras movía su cadera de
arriba abajo enérgicamente; el mirarlo cubierto de sangre y con ese tono
violáceo que comenzaba a tomar debido a la falta de oxígeno la excitó
excesivamente, así que tomó su cabeza y comenzó a azotarla contra la orilla de
la tina mientras tenía el mayor orgasmo de su corta vida. Cuando por fin se detuvo,
notó que el cráneo de Daniel se había roto y sus sesos se esparcían por el
suelo. Miró su mórbido rostro y lo besó ávidamente mientras introducía su mano
por el hueco de su cráneo, sintiendo sus sesos.
Salió de la tina y le ordenó a sus cuatro esclavos restantes
que limpiaran la sangre de su cuerpo utilizando sus lenguas, mandato que
cumplieron a la perfección. Se atavió con el atuendo de dominatrix y las botas
altas. Tomó de nuevo su catana y se acercó determinadamente al rígido cuerpo de
Daniel para cortarle una mano. Dejó el arma y caminó hacia Sally, quien la
miraba provocativamente, y la tomó bruscamente por el cuello y mordió sus
hombros con fuerza, haciendo que gimiera de placer mientras comenzaba a
masturbarla con la extremidad cercenada de Daniel. Cuando notó que la chica
estaba completamente extasiada, tomó un cuchillo y lo deslizó hábilmente por el
lado izquierdo del pecho de Sally, introdujo su mano en la herida y extrajo su
corazón, el cual latió un par de veces fuera del cuerpo. Ella cayó muerta al
instante, y Jennifer mordisqueó aquel corazón lúbricamente.
Se acercó felinamente a Eduardo, que contemplaba con suma
atención aquella escena. Se inclinó ante él e introdujo su miembro en su boca,
recorriéndolo con su lengua. Le indicó a Said que colocara el mango de su
catana en alguna rendija del suelo, de manera de que ésta quedara tan firme
como una delgada columna, y mientras él obedecía, prosiguió con un virtuoso
fellatio para ser alguien de su edad.
Cuando su mandato fue cumplido, ordenó que ataran de pies y
manos a Eduardo, y que fuera empalado sobre su afilada arma. La sangre brotó
abundante de su ano, y él aulló de dolor tratando de librarse de aquella
dolorosa tortura; sin embargo (ante la gran sorpresa de Jennifer), la erección
permanecía en ese atormentado cuerpo, así que saltó sobre Eduardo,
sosteniéndose en sus hombros y moviendo su pelvis sobre aquella fuerte
erección, causando que la catana penetrara todavía más dentro de aquel cuerpo
hasta que por fin salió destrozando el ojo derecho de Eduardo. Jennifer besó su
boca ensangrentada y lamió su ojo izquierdo, logrando un segundo orgasmo.
Se retiró del cuerpo y miró a sus dos esclavos restantes. Se
acercó a Vanessa y la condujo a la gran cama antigua, atándola de brazos y
piernas a las columnas que sobresalían. Tomó uno de los cuchillos, colocándose
sobre ella, y ordenó a Said que la penetrara mientras ella realizaba profundos
cortes en el cuerpo de Vanessa, lamiendo la sangre brotante. Procedió a lamer
su vagina gustosamente sin dejar de recorrer su cuerpo con el cuchillo,
causando que gimiera de placer y dolor. Jennifer se detuvo un momento y la
miró, ni aún cubierta de cicatrices perdía su belleza, y la hizo sentir una
gran envidia; ordenó a Said que sostuviera esa hermosa cabeza mientras ella
desollaba su rostro. Vanessa forcejó inútilmente, y Jennifer cumplió su misión:
tomó el rostro de Vanessa y lo colocó sobre el suyo, se miró en el espejo y
quedó complacida.
Notó que la rendija que sostenía su catana se había roto
debido al peso, dejando caer el cuerpo empalado de Eduardo, así que se acercó a
él y extrajo su arma ensangrentada, se sentó en el majestuoso trono que le
habían proporcionado y obligó a Said a que se arrodillara frente ella y le
realizara sexo oral. Sostuvo su cabeza mientras se retorcía ligeramente de
placer; tomó la catana y, cuando alcanzó el clímax por tercera vez, decapitó a
Said, manteniendo aquella cabeza contra su pelvis hasta que el éxtasis terminó,
para luego tomarla con ambas manos y besarla febrilmente.
Miró a su alrededor, contemplando todos los cadáveres que
había dejado, y sonrió complacida; imaginó todo lo que podría hacer con ellos,
pero estaba por amanecer y debía volver a su casa.
Se dio una rápida ducha, se cambió de ropa, limpió su catana
y se dirigió melancólicamente a la puerta, dándole un último vistazo a los
despojos humanos, hasta que se decidió a salir. Tras la puerta estaba la
adorable criada de nuevo.
—¿Fue lo que esperaba? —le preguntó.
—Sí, aunque creo que podría haberlo hecho mejor. Supongo que
estás aquí para hablar del pago —dijo ella, resignándose.
—No exactamente, Liss le envía esto —dijo entregándole un
sobre, que Jennifer abrió esperando ver una cuenta con muchos ceros a la
derecha. Sin embargo, se trataba de dos hojas escritas a mano que leyó a
grandes rasgos. Captó algo sobre su gran creatividad y potencial que podrían
ser explotados, además de una disculpa por tener que ausentarse, y una
ostentosa firma al final: Alyssa Romanova.
—¿Qué es esto? —preguntó Jennifer, sin entender.
—Una oferta de trabajo.